martes, 15 de abril de 2014

Nymphomaniac Vol. I en la #56Muestra Internacional de Cine


Un detalle de traducción: 
Acá en México, esta película se llama Ninfomanía Vol. I, que no está del todo mal,
pero haciéndole la justicia debida a la misma y porque se refiere a la historia particular
de su progonista Joe, estarán de acuerdo que se debería llamar Ninfomaníaca Vol. I.
Habiendo mencionado ese detalle, continuemos.



Stacy Martin como la adolescente Joe.
Dividida en do$ entrega$ por aquello de que el público no aguante ver cuatro horas continuas del corte comercial, o 5 horas y media del corte de von Trier, Nymphomaniac narra las idas y venidas de la obsesa sexual Joe (Charlotte Gainsbourgh en la versión adulta, y la fabulosa Stacy Martin en la adolescente) después de ser rescatada de un callejón por el misántropo culto Seligman (Stellan Skarsgard). Ella afirma ser Joe, la peor de todas (María Luisa Bemberg, 1990) y le cuenta sus aventuras sexuales para justificar tamaña aseveración, sin esperar que Seligman, avezado en sinnúmero de referencias cultas, la interrumpa para encontrarle otro sentido a todo lo que cuenta, apuntalándola con otras ideas, ajenas al parecer a sus anécdotas, para hacerle ver que no es una mala persona, en todo caso diferente, desde que ella juega con su amiga de la infancia “B” (Sophie Kennedy Clark) y se descubren juguetona y placenteramente sus coños deslizándose en el piso del baño, después con los juegos más aventados siendo adolescentes en un tren de pasajeros para ganarse una bolsa de dulces como trofeo de un concurso mutuo, hasta la fundación de una mini secta trítona que reza en latín Mea vulva-Mea Maxima Vulva, parodiando a los procederes católicos y negándole lugar a Esa cosa llamada amor (“El amor es sólo sexo con celos agregados”). Geográficamente ubicada en un país que podría ser cualquier parte de Europa, la autollamada piltrafa humana decide ir contando su vida en capítulos, en suma 8 en los Vols. I y II, nombrándolos por alguna característica resultante de las digresiones del melancólico “Hombre Feliz” Seligman para ubicar cada gran evento, como el maratón copular en el tren que Seligman asocia a un estilo de pesca silvestre (fly fishing) porque la búsqueda del Gran Pez (el soltero guarda-sémen Clayton Newrom como su tesoro de la fertilidad prontamente perdido en el estómago de la ninfa Joe) coincide con el estilo de pesca; o la desvirgación en ocho arremetidas a ritmo de números Fibonacci que le propina Jerôme (Shia LaBoeuf) a petición suya, quien más adelante se convertirá en su esposo. El Volúmen I consta de las aventuras más “picantes” de Joe y ella se sorprende que Seligman ni siquiera se excite al escucharlas, confesándose como virgen asexuado pero no por ello desinteresado en la sexualidad.

Cabe mencionar que el número ocho no solo es referencia a las secuencias Fibonacci, sino que también tiene un significado cabalístico, donde el siete es el número de la perfección y el ocho es más alto que la naturaleza, aquel más allá de la perfección, detalle que no figura en el guión de la película pero lo deja puesto si la numerosexología da para atribuirle significados. Así podría seguir rascándole a las asociaciones numéricas, encontrando que de alguna manera Lars hace un guiño referente a las siete novelas de “En busca del tiempo perdido” de su admirado Marcel Proust, de donde se inspiró a hacer esta película tras terminar de leerlo, y complementando con el ocho para asegurar que está intentando superar a Proust.

La acometida de Lars von Trier y su equipo no busca solamente dedicarse a la mostración simplona de la cópula heterosexual siempre escandalosa del soft porno, sino que al discurrir cronológicamente y con recursos de flashbacks develándose progresivamente, busca excitar al espectador con las escenas candentes (evitando el exceso de la penetraciones jarcoreras, al menos en este corte hecho por su Casa productora Zentropa, de la que es co-propietario, con su autorización) dedicándose a seguir el manifesto del Puzzy Power, una especie de hermana al Dogma danés, de las producciones porno Zentropa: producir películas con un guión verosímil; respetar el deseo femenino; evitar el uso de la violencia (que en el Volúmen II suspende por otras razones que trataré); nada de eyaculaciones faciales y la presencia del (buen) humor. Pero he aquí que von Trier no busca hacer solamente una película porno, en todo caso la colección puntual de citas cultas sirven para masturbar el intelecto de la audiencia: Los números fibonacci; los juegos heréticos contra la religión castrante; las razones por las que Joe se excita ante la muerte de su padre y alivia sus ansias tanáticas; la fabulosa relación de la simultaneidad de las cópulas de Joe con la polifonía Bachiana generando una ingeniosa secuencia paralela que ni el teórico del montaje polifónico Eisenstein pudo llegar a realizar –no sé si lo hizo en la intimidad, pero bueh–, esta vez con Joe realizando sus propios montajes de amantes polifónicos en distintos registros al día.

(Leve Spoiler-Alert) Hacia el final del Vol. I, Lars aun tiene el tino de llegar a un clímax de la historia para insertar un cierre tipo cliffhanger (recurso tan recurrido por las series televisivas y también de los guiones cinematográficos) para dejarte con la sensación de que acabas de tener un coitus interruptus y dejarte intrigado con lo que sucederá en el Vol. II.

A final de cuentas, el llamado énfant terrible no busca hacer solamente una película porno, toda la narración se encuentra dosificada de referencias a los distintos comportamientos humanos, ya que para él, como lo mencionó en una conferencia de prensa especial para Nymphomaniac, “la sexualidad es un tema muy serio como para dejárselo a la industria porno”.

CONTINUARÁ...






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